Algunas ideas sobre pluralismo, trabajo artístico y asociacionismo

Por Cinocéfalo

La reunión en sí misma funda ya una red de significados, más allá de su funcionalidad orgánica. Aquello es un principio para la formación de opinión pública, en tanto sea capaz de trascender el cerco de la intimidad colectiva. Todo conflicto comienza ahí, en un hacer que se vuelve político en la trascendencia de su producción cerrada. Por eso asociarse. Karl Held y Emilio Muñoz en su libro «El Estado democrático. Crítica de la soberanía burguesa» publicado por el proyecto editorial radicado en Munich GegenStandpunkt, y que desde 1992 se ha especializado en teoría política, revisan el papel de la opinión pública, la diversificación de opiniones y el empleo del concepto de tolerancia en el contexto de los estados llamados «democráticos». Y en el capítulo 10 del volumen señalan cómo estas dinámicas sostienen y legitiman el poder del Estado desde la función de esa llamada «opinión pública», con la cual los regímenes democráticos mantienen la atención y el apoyo de sus ciudadanos para contrarrestar el desencanto público. Esto, transformado en una «voluntad favorable», permite que toda demanda pueda articularse, para luego ser desestimada como irrealizable o distante de un interés común supuestamente representado por el Estado. El ejercicio de tales opiniones, que de principio puede ser reconocido como la manifestación de deseos factibles, colocando sus dinámicas bajo la idea del pluralismo, son promovidos desde la idea de tolerancia como valor esencial que debe respetarse. Sin embargo, a nivel de su posible ejercicio, esto es relativizado por los aparatos estatales a causa de la diferencia y confrontación surgida de posturas supuestamente irreconciliables. Es ahí donde, tanto las instituciones informativas, como la profesionalización de la crítica, producen una instrumentalización. Otra forma para esta polarización es la intervención directa del mismo Estado en un sistema de privilegios velados que supervisan y reacondicionan los medios y los mensajes emitidos. Así, aquello que se imagina como una libertad para el pensar libre, es en realidad un mecanismo para fomentar la ilusión ciudadana de participación desde el deseo, cuya voluntad es anulada en la propia gestión institucional para disminuir o anular el impacto en políticas aplicables.

De este modo, los autores sostienen que el Estado emplea a la opinión pública como mecanismo democrático, lo cual mantiene una legitimidad que a la larga neutraliza ideas críticas que sostienen un sistema dominante mediado por un control suave. El pluralismo y la tolerancia son entonces herramientas para mantener legitimidad, neutralizando las críticas y perpetuando un método para la dominación. De ese modo los ciudadanos son impulsados a asumir sus roles para ser parte de un juego de libertades que a la vez les desactiva convirtiéndoles en «víctimas tolerantes» que hacen parte de un mecanismo ilusorio de libertad de expresión, mientras el avance activo de sus preocupaciones es dejado de lado a favor de un ordenamiento público establecido y determinante.

Desde esta perspectiva, la reunión de distintos sectores de la sociedad civil puede ser una respuesta, sobre todo cuando los medios por los cuales se transmite una visión del mundo no son convencionales, sino que implican el desarrollo de técnicas de expresión que han evolucionado a lo largo de los siglos. Las artes hacen parte de este sector en una diversidad activa, practicable y no demagógica, que siempre guardará una cierta lejanía respecto a la instrumentalización de un aparato tendiente a la adaptación para una voluntad ordenadora. Una de estas instancias es el asociacionismo artístico, que responde a esta dinámica, uniendo diferentes manifestaciones para que sus demandas sean más visibles y difíciles de relativizar. Una asociación de artistas puede presentar intereses colectivos que desafían la fragmentación para ofrecer frentes unificados ante una indiferencia estatal que tiende a desconocer su influencia y dinámicas de participación. Cuando la crítica es asumida como un conducto para la legitimación, es posible a la vez que los medios y ciertas instituciones culturales estatales puedan convertir la obra artística en un instrumento de propaganda o entretenimiento, despojándola de su capacidad de valoración y disenso. De igual manera, la crítica cultural profesional puede alinearse con las narrativas oficiales, validando sacrificios del sector artístico como «necesarios» o incluso encuadrando la falta de apoyo como «alternativas creativas». Por ello, el asociacionismo ofrece una plataforma desde la cual los artistas pueden examinar estos discursos centralistas, pidiendo políticas culturales que respeten su independencia y valor intrínseco. También permite generar canales alternativos de difusión y reivindicación de su opinión. Porque solo es posible celebrar la llamada «libertad creativa» cuando no se desestiman las condiciones materiales que hacen asequible la producción artística (subsidios, espacios de exhibición, derechos laborales, etc.). De igual manera, el mercado cultural promueve un pluralismo que atomiza a los artistas, enfrentándolos entre sí en lugar de permitirles una acción colectiva que transforme sus condiciones. El asociacionismo permite a los artistas superar esta ilusión, pasando de expresar demandas individuales a construir estrategias colectivas que impacten en la política cultural y las estructuras económicas que determinan su trabajo.

Dos de sus razones de ser son, entonces: 1) la resistencia frente a la relativización de sus intereses, el control estatal y mediático, y la fragmentación del sector: la asociación permite resistir como grupo organizado, y; 2), su capacidad para elaborar propuestas, más allá de la mera crítica independiente, para articular políticas culturales alternativas, demandar espacios de participación real y promover modelos más equitativos de distribución de recursos.

De esta manera, el asociacionismo artístico no solo desafía las dinámicas de control del estado democrático descritas por Held y Muñoz, sino que también se posiciona como un agente activo de transformación cultural y política.