Para Wendi Italia
Traigo la muerte blancuzca
aferrada a la nuca
de este cuerpo nopal
que fermenta y almacena
en sus flores empitayadas
un baboso y dulce aguacero.
Dime si quieres decirme
desde que callado bosque
traes tus cantos emplumados
y tu ámbar fulgurante.
Que yo te cuento que en este desierto
autoinmune no se dan el maíz ni la amapola
acá tus semejantes se hacinan en los hoyos
cazan ratas y lagartijas
se posan en nuestras esquinas
pa´ cantarnos sus lamentos.
Yo te pido pues que no me vengas
no me vengas a decir que no ves
como se derrite mi piel,
verde el aura que destilo por mis poros espinas.
(pues la venganza de esta tierra es despiadada)
¿¡Y que me espera!?
Que me espera a mí qué
soy verdugo de las horas que miran
fijamente como envejece la aurora.
(así que no intentes dormir al velador)
Que mientras maquinean tus sienes
que mentiras quepan en ti, enjuicias
¿Qué ministros? ¿Cuáles jueces?
¿¡Y que te espera!?
Que te espera a ti qué
atraviesas mis frutos en busca de vida
¿Qué te espera pájara pinta?
¿Una eternidad efímera?
¿Un beso de la tierra?
¿Una caricia del viento?
¿Un saludo del mediodía?
¿Un orgasmo, un vaso de saliva,
Un golpe de calor violento?
Durmiendo a la orilla de la embriagues
en la noche de Los Muertos.
Y lloramos,
lloramos por permitirnos
perder la felicidad que nosotros
mismos nos procuramos.
Y me digo: después de tanto
no le has aprendido nada al desierto.
____
¡He nacido!
De pura casualidad
y a las faldas de un cerro
entre pambazos y balazos.
He visto hombres y mujeres
con la moral católica
florida y enaltecida,
caer de las garras de un águila
que prefirió la pitaya.
Y he sido un extranjero y mensajero
en tierras donde la arena acaba
y un dragón de piedra bebe agua,
al igual que en la punta de alguno
de los volcanes que a mi ciudad coronan.
Pero hay algo que no termino de entender:
¿El cómo se enreda la tragedia de mi raza
y el cantar de sus amores?
Porque aunque no lo parezca
la plata que aquí se desgrana
no consuela nuestras discordias
que déjeme decirle, no son menores.
Porque aunque no lo parezca
las venas que aquí se desangran
rara vez conmueven nuestras pasiones
que yo diría es más bien porque ver sangre
ya se hizo parte de nuestras costumbres.
En la penumbra de nuestro recuerdo
se enarbolan héroes y castas,
virreyes y tlatoanis,
pero apenas alguno o ninguno,
ha sabido vender su fayuca/patria
en algún puesto del tianguis.
Aun sabiendo todo esto
yo me siento orgulloso
de mi puesto en el tianguis,
de mi bocina escandalosa,
de la mugre crispa de mis uñas,
de mis halagos triviales,
¡Si, mire señora pásele!
¡Que le vendo sonrisas!
¡ Le vendo mi vida!
¡Le vendo verdura de la más dura!
¡Le vendo a mi sangre!
Destilo por mis poros el sudor que por mi nuca resbala
y luego se tiñe del rosa de la lona que me cubre.
Mis porros son forjados en la soledad mañanera
de los baños públicos y el hedor que nos seduce.
Aquí se escuchan cumbias y reggaetones,
los narcocorridos mueven nuestros motores.
Acá el pinche Paz y el Sabines
dejan bien flameados los pinches calzones.
El amor que aquí se predica
es con todas las predilecciones
como el amor del ladrón a su daga,
como el de la lluvia y el relámpago,
un amor de teporocho y mezcal,
como el de mi tierra al maíz
o el del papel a la tinta,
el soborno y la policía,
la pared y el graff,
la sandia en mi lengua,
pidiéndome más.
¿Qué cuanto es más?
Pues más de lo qué debería cobrar, reinita.
Más de lo qué debería mirar, marchantita.
Más de lo que debería llevar, güerita.
¡Más! ¡Más! ¡Más! ¡Más! Morenita.
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Para Zandy Nova
Proscribo fascinado la manutención
de cualquier sentimiento ajeno
al admirador elocuente de la forma
lícita y bella de amar de lejitos.
¡Que la soledad sea apremiante!
y la obsesión vana!
Si se me permite al alba insipiente
de una mente insana
darle unas cuantas palmaditas
de hombro y asemejar
(por lo menos por unos días)
el alma cítrica de su enajenación
y declararme confuso y perdedor
ante cada encuentro fortuito
entre el amanecer de un nuevo deseo
y la urgencia de su boca por probar
un nuevo curado de pulque,
el nuevo labial de Mary Kay
o por lo menos la lucides
de una boca no menos obstinada que la suya.
Sin dejar olvidado el llanto en la barra
de cualquier puesto de tacos,
escribiré sin razón ni reparo en coágulo
que resbala por una ingle sin grietas
y durante una semana completa
la nueva poesía de vanguardia
para mi generación del milenio.
¡Me harías un paro que te caigo
con pomos, bombos y tarolas doradas
espolvoreadas con chile piquín!
Pero no te me espantes si me quedo
a dormir en tu cama y hablo dormido.
No te quites el yelmo aluminio
que te ando adivinando
el pensamiento antes que lo digas.
Quien te espera con la boca echa mazorca
y los ojos humedecidos cual sol llovido
ansiosos y hartos de ver actores
bramando un tipio melodrama novelero
te merecen sin más obstinación reflexiva,
sin más ética literaria que la de Sade,
con todo el romance que nuestra época
ha heredado de eras pasadas
que, dejado y extrañado, evoca
en una soledad un sueño
en plena revolución, a media digestión
y a tientas de lo que nuestras madres
nos han enseñado el amor será:
Como un dios que se sienta
a contemplar su obra y se pregunta.
¿Cuánto hace que no nace ingrávida
y desde el implacable letargo de las horas
el ansia que acompaña la taquicardia
que pretende dejarte claras las intenciones,
tras las llamas, de una mirada?