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El 31 de marzo del 2004 se recibió en las oficinas del Centro Cultural La Pirámide un citatorio que iniciaba un proceso de recuperación administrativa a resolverse en quince días para que la autoridad delegacional de Benito Juárez administrara dicho espacio. ¿Irrelevante? Así se leía desde los escritorios acostumbrados a estos procesos, más aún, cuando había una orden directa de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, para poner todos los inmuebles en orden y así, eventualmente, venderlos, rentarlos, o ponerlos a generar recursos que cubrieran la deuda generada por las grandes obras de infraestructura urbana: "los segundos pisos". El hecho de dicho desalojo no fue. Porque no fue irrelevante para la comunidad cultural que, en realidad, ha mantenido al Centro Cultural operando desde hace catorce años, desde hace seis bajo un proyecto de autogestión.

Decididos los colectivos de creación artística que residen en el espacio, se inició la resistencia bajo el lema "La Pira lucha, por el reconocimiento de los espacios autónomos", ésta incluyó movilización física, denuncia pública y el foro "Por el derecho a la cultura: autonomía y movimientos alternativos". Con las ponencias de éste se realizó el capítulo III del libro La Pirámide: un ensayo de autogestión.

Textos para la memoria. La idea central tanto de la resistencia, como de este foro, ha sido una permanente convocatoria al diálogo. Sí, ésta es la forma que conocemos para la resolución de conflictos.Textos para la memoria. La idea central tanto de la resistencia, como de este foro, ha sido una permanente convocatoria al diálogo. Sí, ésta es

la forma que conocemos para la resolución de conflictos. Al mismo tiempo nuestro objetivo se centró en ampliar la discusión sobre la necesidad de la autonomía de las propuestas culturales, y el derecho que todos tenemos a la cultura y el arte.

El hecho de que un centro cultural tenga una administración y no otra, puede, en verdad, parecer algo tan cotidiano como los cambios trienales o sexenales, sin embargo, la diferencia de este caso radicó en que una vez demostrado que los creadores pueden generar espacios para el desarrollo de gestión ciudadana de la cultura, no hay porque renunciar a él.

La discusión no es, como se pretendió desde la autoridad, de orden "estrictamente administrativo". Para los colectivos en resistencia tocaba puntos nodales sobre el desarrollo social de nuestra ciudad, como: ¿Qué y cómo hacen cultura los espacios bajo las administraciones gubernamentales? ¿Qué fuentes de empleo existen para los creadores jóvenes? ¿Por qué un gobierno arremete contra un núcleo de ciudadanos organizados paralizando, o bien, usurpando un proyecto de gestión cultural exitoso? ¿Dónde se desarrollan en la ciudad los proyectos de creación? Esta primera serie de preguntas encontró algunas respuestas. En primer lugar, un análisis de las catorce casas de cultura que administra la delegación Benito Juárez arrojó resultados tales como que los centros culturales viven condiciones de abandono y tienen una oferta de cursos y talleres que responden a la lógica de las manualidades y los conocimientos técnicos.